San Andrés de Teixido


A unos 96 kilómetros de La Coruña, en el municipio de Cedeira, al norte de El Ferrol y a 140 metros sobre el nivel del mar, siguiendo la Vía Lactea que por Pontevedra llaman O Camiño de San Andrés, se encuentra san Andrés de Teixido; muy cerca de la sierra de La Capelada, lugar en el que se alza el Herbeira, el acantilado que, con 612 metros de altitud, es el más alto de todo el atlántico europeo.


San Andrés de Teixido es, después de Santiago (donde está enterrado el hermano en vida de San Andrés), uno de los centros de peregrinación más importante de toda Galicia, y aún, si cabe, superior a éste ya que, según la tradición a San Andrés habrá de irse tanto si se quiere como si no, y es que, a san Andrés de Teixido “vai de morto quen no foi de vivo”.


Suele decirse que la palabra “Teixido” viene de tejo (Taxus baccata), árbol muy abundante en la comarca del Ortegal y cuya rama es utilizada como bordón de los romeros. Y es que sus alrededores estarían antaño cubiertas de bosques de tejos. Hoy en día poco queda de tan frondosos árboles, al haberse utilizado sus maderas en la fabricación de arcos y armas. 

El tejo fue planta funeraria en los reinos del Egeo y especialmente en la Arcadia, cuyos habitantes se negaban a comer o dormir bajos sus ramas por considerarlo una segura invocación de la muerte; la razón no es otra que la de su malignidad, a consecuencia de un alcaloide, altamente tóxico, que contiene su madera. 

Pero hay más que decir acerca del tejo. En el lenguaje críptico y arbóreo de los antiguos druidas – el ogham – el tejo es uno de sus símbolos. Según Liz y Colin Murria, la longevidad del tejo se debe a su peculiar forma de crecimiento; sus ramas crecen hacia abajo, se hunden en la tierra y, finalmente, se convierten en nuevos tallos que, algún día, llegarán a ser troncos. Cuando un viejo árbol muere, surge de entre su pobredumbre otro árbol nuevo, aquel que nació de la rama. Por esta razón, al tejo se le ha relacionado también con el renacer, con la reencarnación. Según tradiciones bretonas: el tejo planta una raíz en la boca de los cadáveres del cementerio, asegurando así el renacer del difunto.


En tiempos del Apóstol, San Andrés de Teixido debía ser, si cabe, mucho más agreste. De hecho, cuenta la leyenda que, cuando Jesucristo recorría las tierras de Galicia, se le acercó a él San Andrés, disgustado por las circunstancias en el que se encontraba su santuario, relegado al olvido por el pueblo, y le dijo:

“Todo el mundo me ha olvidado, Señor. Desde que se descubrió el sepulcro de Santiago, todos marchan hacia allí a rezar ante el Apóstol y ya no recuerdan que yo fui tan discípulo tuyo como pudo serlo él”

Jesús, comprendiendo las razones del santo, al volverle a encomendar predicar el cristianismo en este recóndito paraje, le contestó:

“Quédate ahí Andrés, que te han de visitar más de tres”.

Y así había de ser, pues a San Andrés vai de morto quen no foi de vivo”.

    Esta ruta hacia San Andrés de Teixido está marcada por más de 25 amilladoiros nutridos por los cientos de miles de guijarros que los devotos han ido arrojando con el paso de los siglos. En ellos, el peregrino debe depositar una piedra que encontró en el camino y que le ha acompañado un buen trecho. Una vez depositada, la piedra es sagrada y nadie puede arrancarla de aquel lugar, porque el amilladoiro es un monumento sagrado y, como tal, debe ser tratado.

     José Carreras y Candil explica esta tradición en la antigua creencia de que los muertos no pueden ir solos al más allá. Por eso, se les acompaña en las sepulturas de otros miembros de su familia sacrificados ad hoc, sirvientes y animales. Pero esta creencia acaba estilizando su expresión, que se sustituye con un símbolo y, ya que los muertos van a la tierra, éste será un elemento terrestre, eterno e inalterable, que lo acompañe en ese viaje. La piedra del amilladoiro es, en parte, el alma del romero, el tributo a los antepasados.


Como si de la Meca, se tratara, todo gallego debe visitar San Andrés por lo menos una vez en vida, ya que, de lo contrario, tendrá que hacerlo a su muerte, y de ser así, lo hará bajo la incómoda forma de una lagartija o cualquier otra sabandija que haya tenido que acudir a San Andrés reptando por su cuenta. Así, en contra de lo habitual en este blog, a todos estos animales se les considera sagrados y está prohibido maltratarlos en las inmediaciones del santuario. Ni siquiera se pueden limpiar las telarañas, ya que podrían ser el alma de algún romero.


La mayor influencia de fieles y curiosos se produce durante las romerías y, como a San Andrés de Teixido hay que ir so pena de tener que abandonar más tarde la tumba para cumplir con este perfecto, la manera más normal de hacer la romería es ir acompañando a un muerto. Así, algunos días antes de la partida se acude al cementerio a invitar al difunto al viaje diciéndole: “Prepárate, Luis, porque tal día vamos a San Andrés”.


Ese día se acude al cementerio y se golpea al suelo con el pie, a la vez que se llama al difunto por su propio nombre. Pasados minutos, durante los que se supone que el fallecido está disponiéndose para emprender el viaje, se inicia el peregrinar, tratando al muerto como una persona más, dándole conversación, y comprándole un billete y reservándole su espacio si el viaje se realiza por autobús o tren. Tras la peregrinación, la misa y la ofrenda al santo, se acompaña al difunto hasta el cementerio y se le despide normalmente; pero siempre respetando con cuidado cualquier serpiente, lagartija o lagarto que repte por el suelo, no fuera ser el alma de un difunto cumpliendo con su último destino.



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